Pilar Velasco analiza el debacle del PSOE en Extremadura y el triunfo sin mayoría absoluta del PP.

Extremadura, ese feudo socialista por excelencia que durante décadas resistió incluso mejor que Andalucía el avance de la derecha, acaba de protagonizar un giro histórico que reconfigura el mapa político español.

La derechización de la región es ya un hecho incontestable: si en 2023 el bloque PP-Vox apenas alcanzaba el 48% de los votos, hoy roza el 60%.

El resultado de las elecciones autonómicas ha sido una auténtica sacudida, no solo para los partidos implicados, sino para todo el país, que observa cómo la tendencia nacional se consolida en uno de los bastiones más emblemáticos del socialismo español.

María Guardiola, candidata del Partido Popular, puede celebrar una subida respecto a los comicios anteriores, pero el éxito es, a todas luces, relativo.

La gobernabilidad está en el aire, y la mayoría absoluta se le sigue escapando.

Vox, por su parte, ha logrado una irrupción espectacular, especialmente en municipios tradicionalmente socialistas como Badajoz, Mérida, Almendralejo y Villanueva, donde supera el 18% de los votos, triplicando su resultado de hace dos años.

Esta tendencia, aunque tardía en Extremadura, se consolida y apunta a una transformación profunda del electorado regional.

La campaña de Guardiola, lejos de garantizar estabilidad, ha terminado por convocar unas elecciones que han servido de escaparate para Vox.

El partido de ultraderecha se ha lucido de arriba a abajo por toda Extremadura, y el Partido Popular, con el 87% del voto escrutado, apenas ha conseguido subir un escaño, pasando de 28 a 29 diputados.

El PSOE, mientras tanto, se desploma hasta mínimos históricos, quedando más cerca de la tercera fuerza que de la primera, a seis escaños de Vox y a diez del PP.

El batacazo socialista es evidente y la lectura nacional resulta inevitable.

El Partido Popular, aunque capitaliza la subida en Extremadura, solo crece cuatro puntos, mientras que Vox sube diez.

La pregunta que muchos se hacen es por qué Guardiola no ha logrado capitalizar el éxito de su campaña electoral y por qué Vox, con un 8% inicial, se dispara hasta el 18%.

La respuesta parece estar en el cambio de paradigma político: Vox ya no es solo una fuerza testimonial, sino un actor clave que condiciona la gobernabilidad y exige condiciones concretas para apoyar al PP.

La abstención también ha jugado un papel relevante. El último dato oficial sitúa la participación en el 61,71%, con una abstención del 38,28%.

Este nivel de abstención explica en parte el resultado: Guardiola no convocó elecciones por gobernabilidad, sino por estrategia electoral, buscando reforzar su posición frente a Vox.

Sin embargo, la jugada ha salido al revés: ha dado alas a Vox, que ahora se convierte en imprescindible para formar gobierno.

La factura política para Guardiola ya está pagada. En su mandato, ya cedió ante Vox eliminando la consejería de Igualdad y revisando la memoria histórica.

Ahora, Vox exigirá nuevas condiciones, y la gran pregunta es si pedirá entrar en el gobierno o se conformará con la presidencia de la Asamblea.

Lo que está claro es que Vox va a pedir y exigir, y el PP tendrá que negociar. La victoria de Guardiola es agridulce: gana, pero no gobierna sin Vox, y el precio de ese apoyo está por verse.

El PSOE, por su parte, vive una debacle histórica. Gallardo, el candidato socialista, ha sido incapaz de mantener el suelo electoral del partido, que literalmente “se abre en canal”.

Su liderazgo, desde que se hizo con la Secretaría General, ha resultado débil y poco efectivo.

La campaña de Irene de Miguel, aunque reconocida en toda Extremadura, no ha conseguido superar el techo del 10%.

El ciclo electoral se presenta muy complicado para los socialistas, que deben afrontar una renovación profunda si quieren recuperar la confianza de sus votantes.

En el plano nacional, el resultado de Extremadura tiene implicaciones directas.

Pedro Sánchez, que presume de ser el único bastión socialista europeo y de frenar a la ultraderecha, se enfrenta ahora a la realidad de una extrema derecha disparada y un PSOE hundido en uno de sus feudos históricos.

La explicación que el presidente del Gobierno deberá dar sobre el hundimiento socialista y el auge de Vox será esperada por todos.

No puede eludir la responsabilidad ni desentenderse de lo que ocurre en Extremadura, porque la tendencia puede replicarse en otras regiones.

La estrategia de Guardiola, convocando elecciones para gobernar y no para ganarlas, ha terminado por dejar al PP en tablas y a Vox en una posición de fuerza inédita.

El Partido Popular, que celebra haber sido la lista más votada y haber ganado las elecciones, debe ahora explicar cómo va a gestionar el apoyo de Vox, qué precio está dispuesto a pagar y qué estrategia seguirá en futuras elecciones autonómicas.

Si el resultado en Aragón o Castilla y León repite el patrón extremeño, con Vox en torno al 18%, el PP tendrá que redefinir su relación con la ultraderecha y explicar a sus votantes qué tipo de gobierno está dispuesto a formar.

La debacle socialista es histórica, pero el PP también debe mirar con cautela el futuro.

Necesitar a Vox para gobernar no sale gratis, y las condiciones que impondrá el partido de Abascal pueden complicar la gestión y la imagen del gobierno regional.

Vox, sin un candidato conocido ni un gran programa electoral, ha conseguido duplicar y superar sus resultados anteriores, demostrando que la polarización y el descontento social son terreno fértil para su crecimiento.

El PSOE, obsesionado con que su fortaleza reside en el crecimiento de Vox, comete un error estratégico de gran calado.

El Partido Popular, por su parte, parece más interesado en destruir al PSOE que en construir una alternativa sólida.

Celebrar un escaño más cuando Vox ha recibido más votos es otro error de cálculo.

Hace apenas unos días, María Guardiola y el PP confiaban en que Extremadura marcaría el inicio de una recuperación conservadora; hoy, la realidad es que Vox se consolida como fuerza decisiva y el PSOE se hunde sin freno.

Pedro Sánchez, como líder de los socialistas europeos, debe dar explicaciones sobre el hundimiento del PSOE y el auge de la extrema derecha en Extremadura.

No puede limitarse a decir que la derrota no va con él; debe asumir responsabilidades y ofrecer una estrategia clara para recuperar terreno.

Guardiola, por su parte, debe explicar por qué convocó elecciones, qué va a hacer con el resultado y cómo gestionará el apoyo de Vox.

Salir con un escaño más y haber perdido votos, colocando a Vox en el 17%, no es un triunfo rotundo.

La gestión del triunfo también será clave. Con un 17% de voto, Vox está en condiciones de exigir entrar en el gobierno o pedir cargos relevantes como la presidencia de la Asamblea.

El PP debe decidir si acepta esas condiciones o busca fórmulas alternativas para garantizar la gobernabilidad. La negociación será dura y el precio político elevado.

En resumen, las elecciones en Extremadura han marcado un antes y un después.

El feudo socialista por excelencia se ha derechizado de forma contundente, el PSOE se hunde hasta mínimos históricos y Vox se consolida como fuerza decisiva. María Guardiola gana, pero depende de Vox para gobernar, y el precio de ese apoyo será alto.

Pedro Sánchez debe asumir la responsabilidad del hundimiento socialista y ofrecer soluciones.

El Partido Popular, por su parte, debe definir su relación con Vox y explicar a sus votantes cómo va a gestionar la nueva realidad política.

El futuro de Extremadura y de la política española pasa por entender y gestionar este cambio de paradigma.

La polarización, la fragmentación y el auge de la extrema derecha son retos que exigen respuestas valientes, honestas y eficaces.

Los partidos deben escuchar a la ciudadanía, asumir sus errores y ofrecer alternativas reales.

Porque, al final, la democracia se construye con responsabilidad, diálogo y capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.

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