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La frase volvió a caer como una piedra en mitad del estanque político español:
“El que pueda hacer, que haga.”
No era nueva. José María Aznar ya la había deslizado en el pasado, envuelta en ambigüedad, como quien deja una amenaza sin firmar. Pero esta vez la repitió sin rodeos, sin comillas protectoras, sin el disfraz de la insinuación elegante. Y eso cambió todo.
Porque cuando un expresidente del Gobierno, con ocho años en La Moncloa y un peso simbólico aún enorme en la derecha española, pronuncia esa frase en voz alta, el problema ya no es semántico. Es político. Es institucional. Y, para muchos, peligrosamente democrático.
Intxaurrondo entra en escena
La reacción no tardó. En el plató, Aimar Bretos, María Dabán, Toni Bolaño y otros analistas asistían a lo que pronto se convirtió en una disección pública del aznarismo tardío. Pero fue Xabier Fortes Intxaurrondo quien verbalizó lo que muchos pensaban y pocos decían con claridad.
No hubo rodeos. No hubo medias tintas. Intxaurrondo decidió ir directo al núcleo del problema: ¿qué autoridad moral tiene Aznar para pedir nada a nadie?
La pregunta no era retórica. Era quirúrgica.
La memoria incómoda del 11-M
Intxaurrondo recordó algo que en ciertos círculos se intenta sepultar bajo capas de solemnidad histórica: el papel de Aznar tras los atentados del 11 de marzo de 2004.
“¿Qué autoridad moral tiene alguien que mintió a todos los españoles en el peor atentado de nuestra historia?”, lanzó. Y no se quedó ahí. Recordó las llamadas a directores de periódicos para sostener la versión de ETA cuando ya existían informes de inteligencia que apuntaban en otra dirección.
Ese recuerdo no es anecdótico. Funciona como contexto. Porque cuando quien pide “hacer lo que se pueda” es alguien que ya forzó el relato institucional en un momento crítico, la sospecha no es ideológica: es histórica.
La frase como consigna
Aznar ha tenido frases que marcaron época: “España va bien”, “Váyase, señor González”. Todas claras, todas con destinatario, todas insertas en el juego democrático clásico.
Pero “el que pueda hacer, que haga” es otra cosa.
No señala a nadie.
No define qué hay que hacer.
No establece límites.
Y precisamente por eso funciona como una consigna abierta, una frase-contenedor donde cada cual puede proyectar su propia pulsión.
Como apuntó uno de los analistas, es una frase “sofisticadamente vaga”. Y ahí reside su peligro.
¿A quién interpela Aznar?
La pregunta recorrió todo el debate:
¿A quién se dirige exactamente Aznar?
Las hipótesis son múltiples y ninguna tranquilizadora.
La ambigüedad no es un error. Es el mensaje.
La RAE y la burla semántica
En un momento especialmente irónico, los analistas recurrieron incluso a la Real Academia Española para desmontar el aura intelectual que algunos intentan atribuirle a la frase.
Según la RAE, conspiración implica secreto.
Pero lo de Aznar no tiene nada de secreto.
Se trata de un llamamiento público, repetido ante cámaras, a una movilización difusa. No es conspiración: es incitación política abierta, sin precisar medios ni actores.
Y eso, subrayaron, es aún más inquietante.
La democracia como límite
Uno de los puntos más duros del debate fue la insistencia en una idea clave:
en democracia, solo hay dos sujetos que “pueden hacer” legítimamente algo:
Los ciudadanos, votando.
Los representantes, a través de los mecanismos constitucionales: elecciones, mociones, disolución de Cortes.
Todo lo demás queda fuera del marco democrático.
Por eso, cuando Aznar sugiere que lo democrático “no es suficiente”, cuando repite la frase como quien reclama “más madera”, está insinuando que los cauces institucionales ya no bastan. Y ese es el verdadero mensaje que alarma a muchos.
El eco de los noventa
Intxaurrondo recordó una confesión inquietante atribuida a dirigentes de los años noventa: cuando no se podía derribar a un Gobierno por las urnas, había que “remover los cimientos del Estado”.
Para algunos, lo que hoy se vive —judicialización extrema, hiperpolitización mediática, deslegitimación constante del adversario— recuerda demasiado a aquella lógica.
No es una acusación directa. Es una analogía histórica. Pero las analogías, en política, nunca son inocentes.
¿Exageración o advertencia?
No todos los tertulianos compartieron la misma lectura. Algunos pidieron cautela: señalaron que existen casos de corrupción reales, investigaciones judiciales legítimas, responsabilidades políticas que deben depurarse.
Pero incluso desde esas posiciones más prudentes se reconoció un hecho: hablar de dictadura en España es objetivamente falso.
España no es Polonia.
No es Hungría.
No hay alertas europeas sobre una deriva autoritaria.
Insistir en ese marco no es análisis: es dramatización interesada.
El peligro del relato
Y aquí emerge la clave de todo el debate: el relato precede a la acción.
Si se convence a una parte de la sociedad de que vive bajo una dictadura, cualquier acción “extraordinaria” empieza a parecer legítima. Esa es la lógica que preocupa a muchos analistas.
La frase de Aznar no describe una realidad. La construye.
¿Jueces, medios, policías?
Otro punto delicado fue la insinuación —explícita o implícita— de que sectores de la judicatura, de la policía o de los medios podrían sentirse “interpelados”.
Algunos rechazaron tajantemente esa interpretación, defendiendo la independencia judicial. Otros admitieron que la politización existe, aunque no sea general ni coordinada.
Pero incluso quienes defendieron a las instituciones coincidieron en algo:
meter a jueces y policías en una consigna política es irresponsable.
La frase que lo contamina todo
Al final del debate, quedó claro que el problema no es solo Aznar. Es lo que su frase habilita.
Porque “el que pueda hacer, que haga”:
No fija límites.
No identifica responsables.
No respeta la lógica democrática básica.
Y se pronuncia desde una posición de enorme autoridad simbólica.
Eso la convierte en algo más que retórica. La convierte en una señal.
El cierre incómodo
Intxaurrondo lo resumió con una frase que dejó al plató en silencio:
“La democracia no pertenece a los lobbies, ni a los poderes fácticos, ni a los expresidentes. Pertenece a los ciudadanos.”
Y quizá ahí esté la clave.
No en lo que Aznar quiso decir.
Sino en lo que otros pueden creer que les está pidiendo.
Porque cuando un expresidente dice “que haga el que pueda”, la pregunta ya no es semántica ni partidista.
Es una pregunta democrática de fondo:
¿Quién cree hoy que “puede hacer” algo… y hasta dónde está dispuesto a llegar?
