
El Rey emérito optó por desobedecer a su padre y eligió hablar en lugar de guardar silencio y mantener viva la grandeza de la prudencia.
El Rey Juan Carlos en el marco de una ceremonia que se celebró en Francia en julio del año 2017.
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“Tengo el sentimiento que me están robando mi propia historia“, ha asegurado el Rey Juan Carlos en sus memorias. Es muy importante saber asumir los errores propios. No siempre la culpa es de los demás. Y tal vez en este caso, nadie esté robándole la historia a Don Juan Carlos, sino que él mismo se ha encargado de modificar su propia historia, o, al menos, la imagen que la historia le tenía reservado.

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Decía Oscar Wilde que “cada santo tiene un pasado, y cada pecador un futuro”. Pero el monarca parece haber olvidado la segunda parte. En lugar de mirar hacia adelante, sus palabras parecen escritas desde el resentimiento de quien no soporta el paso del tiempo ni la pérdida del poder. Así se entiende su inquina hacia la Reina Letizia, a quien dedica críticas veladas que rezuman una amargura personal impropia de quien un día fue símbolo de la unidad. Tomar a la esposa de su hijo como blanco de sus reproches no solo muestra una grieta familiar, sino un desprecio por la discreción que antaño fue virtud de la Corona.

El Rey Juan Carlos en la Feria de San Isidro que tuvo lugar en mayo del año 2017.
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El libro llega como un ajuste de cuentas con la historia y consigo mismo. Sin embargo, en su empeño por justificarse, Don Juan Carlos abre una caja de Pandora donde las confesiones no redimen, sino que esparcen sombras allí donde ya costaba ver luz. “He cometido errores”, admite. Y en esa frase, tan escueta como reiterada, se condensa todo un reinado que acaba siendo la tragedia de un hombre que confundió el aplauso con el perdón.
Hay en estas páginas un tono de ajuste de cuentas, como si Don Juan Carlos pretendiera reivindicarse ante una historia que le dio mucho y a la que él, finalmente, falló. Habla de errores, pero nunca de consecuencias. Habla de soledad, pero nunca de responsabilidad. Pareciera que quisiera convencernos de que su caída fue el resultado de los tiempos, no de su conducta. Señala a la prensa como los creadores de sus infidelidades. De sus negocios paralelos guarda silencio.
El Rey Felipe VI junto a su padre, el Rey emérito en un acto celebrado en Madrid en el año 2019.
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Personalmente me produce mucha pena lo que está sucediendo con el Rey Juan Carlos, una figura a la que, al igual que el resto de España, he admirado y respetado. Le reconozco como el mejor embajador que ha tenido España jamás. No deja de ser una de las grandes figuras universales del siglo XX. Incluso consiguió que muchos españoles que se identificaban como republicanos se consideraran ‘juancarlistas’. Pero este libro, su último vídeo y todo lo que estamos descubriendo de él en los últimos años explica por qué su hijo y su nuera decidieron marcar distancias con él y poner un cortafuegos con la propia Casa Real.
Felipe VI ha tratado con esfuerzo de levantar un muro de cordura entre el pasado y el presente de la monarquía. Ha puesto distancia, ha renunciado a herencias y ha impuesto una línea ética que pretende reconciliar a la Corona con la sociedad. Y en este sentido ha dado pasos de gigante. Pero este libro derrumba parte de esa reconstrucción. Porque las memorias de un rey nunca son solo suyas: son también las de su país. Y cuando el autor rescata sus pasiones, sus traiciones, sus “desvíos sentimentales” y sus resentimientos, arrastra con él el emblema que todavía pesa sobre su apellido.

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Tal vez estas memorias hubieran tenido otro tono si Don Juan Carlos hubiera comprendido que el silencio, a veces, es la forma más alta de sabiduría. O, como escribió Miguel de Unamuno, “el hombre se hace hombre en el silencio”. La Reina Sofía sí lo comprendió y basó su reinado en el silencio. Pero el emérito eligió hablar, y al hacerlo se despojó del último resto de grandeza que le quedaba: la prudencia.
Sus palabras dibujan el final de un ciclo. El monarca que un día personificó la reconciliación nacional se retrata ahora como un hombre que no supo reconciliarse consigo mismo. El que fue artífice de la democracia española se transforma en un personaje casi literario, trágico, que busca redención donde ya no queda altar. Y es que, como nos recuerda Shakespeare a través de sus reyes caídos, “el peso de la corona es también el peso de los errores”. Las memorias del Rey Juan Carlos son una tentativa de dejar testimonio, pero lo que realmente dejan es desconcierto. No construyen legado: lo erosionan. Las disculpas públicas, los reproches familiares y la nostalgia de los tiempos dorados conforman un canto de cisne desafinado, un testamento sin consuelo. Quizás su mayor error no fue haber fallado, sino no haber sabido callar.
Hoy, la historia vuelve a mirar al viejo monarca con esa mezcla de respeto y decepción que solo despiertan quienes tuvieron el mundo a sus pies y lo dejaron escapar. En su intento por explicarse, ha terminado por desnudarse. En su deseo de cerrar heridas, las ha abierto un poco más. Y en su afán de ensalzar su figura, golpea la institución que dice amar. El otro día me preguntaban ¿quién crees que es la mayor víctima de libro: Doña Sofía o Doña Letizia? El mayor damnificado de sus memorias es el Rey Juan Carlos I. Tenía que haber hecho caso a su padre cuando le aconsejó que no escribiera sus memorias. “Los Reyes no se confiesan. Y menos públicamente”. Amén.