
Gabriel Rufián y el arte del zasca: cuando el sarcasmo desnuda la política española.
El Congreso de los Diputados, ese escenario tradicionalmente reservado para el debate serio y la confrontación política, se ha convertido en los últimos años en un auténtico ring de duelos verbales.
El último enfrentamiento entre Gabriel Rufián, portavoz de ERC, y David González, diputado del Partido Popular, ha dejado una huella imborrable en la memoria política de 2025 y en las redes sociales, donde los zascas parlamentarios se han transformado en el nuevo lenguaje de la indignación ciudadana.
La jornada comenzó con el aire cargado de tensión, los escaños crujían bajo el peso de egos y expectativas.
Una sesión de control al gobierno, diseñada para fiscalizar la acción del Ejecutivo, se convirtió en un espectáculo de frases afiladas y réplicas mordaces.
El PP, fiel a su estrategia de atacar al gobierno de Pedro Sánchez, puso a González en primera línea.
Este, con su habitual tono de contable riguroso, arremetió contra los presupuestos, la economía y, por supuesto, el eterno reproche a los independentistas catalanes.
“El señor Rufián y su partido viven de la subvención mientras el resto paga los platos rotos”, bramó González, intentando arrinconar a su adversario.
Pero la política española rara vez sigue el guion previsto. Gabriel Rufián, con su característico sarcasmo y una tranquilidad de pistolero en el oeste, respondió con una de las intervenciones más demoledoras de la legislatura.
“Señor González, usted habla de romper platos, pero si miramos su historial, parece que el PP es más bien experto en romper vajillas enteras.
Gürtel, Bárcenas, las tarjetas black. O es que en su partido las facturas se pagan con aplausos”, disparó, desatando risas y murmullos en la bancada de la izquierda y ceños fruncidos en la derecha.
González intentó recomponerse, acusando a ERC de querer “romper España por un puñado de votos”, pero Rufián, con instinto de tiburón, aprovechó el error fatal.
Bajó la voz y, en tono confidencial, remató: “Yo entiendo que en el PP estéis acostumbrados a que os digan sí, Bana, porque Francos lo ponía fácil, pero aquí en democracia las cosas han cambiado.
Ustedes gestionaron España como si fuera una finca particular con eres en Andalucía que parecen chiste de mal gusto y un rescate bancario que aún nos sale caro en pesadillas y ahora vienen a darnos lecciones de unidad.
Por favor, si hasta vuestros propios votantes os han mandado a la oposición porque no os creen y cuando decís ‘Buenos días’, o es que el zasca lo preparan en la sede de Génova con un curso de retórica express”.
El hemiciclo se sumió en un silencio eléctrico. González, petrificado, no consiguió articular una respuesta coherente.
La presidenta del Congreso pidió orden mientras las risas estallaban por doquier.
En ese momento, el duelo dejó de ser un simple intercambio de reproches para convertirse en un símbolo de la política española contemporánea: un teatro donde la memoria histórica, la ironía y la habilidad retórica pesan tanto como los datos y las propuestas.
Para entender la contundencia de este enfrentamiento, hay que situarlo en el contexto de la España de 2025.
El gobierno de coalición de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz navega a duras penas entre la presión de los socios independentistas y la oposición feroz del PP de Feijóo.
La inflación postpandemia, los pactos con ERC y Junts, y la amenaza constante de mociones de censura han convertido cada pleno en una partida de ajedrez donde las piezas son alianzas frágiles y los peones, zascas virales.
Rufián, con su estilo mezcla de ironía catalana y stand up político, se ha convertido en un fenómeno cultural.
Nacido en Santa Coloma de Gramanet, hijo de familia obrera, su ascenso meteórico en ERC se debe tanto a su capacidad de conectar con el electorado desencantado como a su habilidad para convertir cada intervención en un meme viral.
Sus respuestas, lejos de ser simples ataques, son relatos que mezclan datos, anécdotas y una crítica feroz a la hipocresía política.
En este caso, Rufián no solo desmontó el discurso del PP sobre la unidad de España y la pureza ideológica, sino que recordó a todos los presentes —y a los miles de espectadores en redes sociales— que la política española está marcada por contradicciones históricas y pactos de conveniencia.
“Ustedes, en el PP, han pactado con quien les ha convenido. ¿O es que la amnesia selectiva es un cargo en el organigrama de Génova?”, remató, dejando a González sin más recurso que balbucear sobre irresponsabilidad y revisionismo histórico.
La reacción en redes sociales fue inmediata. El hashtag #ZascaRufián se convirtió en tendencia en minutos, con memes comparando a González con una estatua de sal y a Rufián como el mago que saca conejos de la chistera.
Los comentarios, tanto de jubilados indignados como de jóvenes desencantados, coincidían en una cosa: el sarcasmo de Rufián había dado voz a la frustración colectiva ante una clase política que parece más preocupada por el espectáculo que por las soluciones reales.
Pero más allá de la anécdota, este enfrentamiento revela la fractura profunda de la política española.
Rufián, con su independentismo combativo, no busca solo ganar debates, sino visibilizar que Cataluña sigue siendo una herida abierta en el sistema político.
González, defendiendo la ortodoxia del PP, encarna el centralismo que ve en el procés una amenaza existencial.
En medio, el gobierno de Sánchez intenta sobrevivir pactando con ERC para mantener la estabilidad, mientras el PP agita el fantasma de la ruptura nacional.
El duelo entre Rufián y González es, en el fondo, el reflejo de una España polarizada, donde el humor y el sarcasmo se han convertido en armas políticas tan poderosas como los informes económicos o los pactos parlamentarios.
En una era donde los discursos se viralizan en TikTok y los memes sustituyen a los editoriales, el que mejor cuenta la historia —aunque sea con ironía— se lleva el Óscar de la política.
El trasfondo amargo de este espectáculo es que, pese a los zascas y las risas, los problemas reales siguen sin solución.
El paro juvenil, la sequía, la precariedad laboral y la crisis de confianza en las instituciones no desaparecen con una frase ingeniosa.
Como bien señala el propio Rufián, “la política no es un club de caballeros, sino un mercado de pulgas donde todos venden humo hasta que alguien lo pincha”.
En definitiva, el zasca de Rufián a González no es solo un chiste bien colocado, sino un síntoma de la España de 2025: un país donde la política se ha convertido en un reality show interminable, donde el ingenio vale más que la ideología y donde la memoria histórica se juega en cada intervención parlamentaria.
Para muchos ciudadanos, momentos como este son un respiro, una catarsis ante el absurdo, y un recordatorio de que, aunque todo parezca un circo, a veces los payasos saben dar un buen espectáculo.
La pregunta que queda en el aire, mientras el eco del zasca resuena en los pasillos del Congreso y en los grupos de WhatsApp, es si algún día los protagonistas de estos duelos dejarán de vender humo y comenzarán a hablar de soluciones.
Por ahora, la política española sigue siendo un teatro del absurdo donde los zascas son los aplausos que merecemos.
Y mientras tanto, Gabriel Rufián se recuesta en su escaño con una sonrisa de medio lado, consciente de que, en el fondo, ha hecho su trabajo: recordar a todos que la memoria y el humor son armas imprescindibles en la batalla por la verdad.